sábado, 4 de febrero de 2012

Una sonrisa rojo carmesí

Cansado, con la mente en blanco, la hoja vacía y un lápiz en la mano, su nombre bloqueaba cualquier otro pensamiento, así estaba él, mientras la soledad llenaba todos los espacios de la habitación penetrando en su cuerpo invadiendo su alma por completo. No podía dejar de pensar que ella ya no estaba ahí con él, que se había marchado quizá para nunca volver, su último recuerdo son aquellas lágrimas saladas que besaba mientras rodaban sobre su mejilla izquierda. Era difícil aceptar que ella ya había notado la ausencia en su corazón y que ya hace mucho había dejado de pintarle los bosques de azul mientras el paisaje que habían construido juntos se desmoronaba y sus ojos habían dejado de brillar, pero era su orgullo el que se caía a pedazos y lo torturaba.

Deberion ser la 1am cuando, hastiado de tanto recuerdo y tanto pensar, con una batalla dentro de sí, buscó su chaqueta, encendió un cigarro y salió a caminar, a tomar un poco de aire fresco, ese que con la polución que deja el tráfico de la ciudad entra denso a los pulmones y sale expulsado como una tos. Sacó el celular para ver la hora, ni siquiera una llamada- pensó- y guardó el celular aún sin noción del tiempo. Volvió a sacarlo para confirmar, eran la 1:28am y aún no lograba despejar su mente. Decidió ir por una cerveza, llevaba tanto tiempo allí y no recordaba jamás haber visto ese bar, pareciera que la escasez de tiempo y las prisas nos cegaran la vista y primordialmente el alma.

Cruzó la puerta, no alcanzó a dar más de dos pasos. La mayoría de gente esperaría al fin de semana para ahogar sus penas, era miércoles y él y sus penas ya no podían seguir viviendo bajo una misma morada. Lo primero que vio fueron sus labios rojos carmesí, arqueados de tal manera esbozando una sonrisa casi divina. Por su mente no cruzó el deseo de llevarla a la cama, despertar y nunca más saber de ella. Deseó tan solo amarla, aunque conociera nada más que su sonrisa carmesí.

El bar estaba solo -qué otra cosa se podía esperar a mitad de semana- aún no sabía cómo podía estar abierto a esa hora. Pidió una cerveza, un cigarrillo y le preguntó si se podía sentar a su lado. Ella sonrió de nuevo, tomó asiento y le preguntó si estaba bien. La vida es casi una tragicomedia donde todos reímos, pero muchos morimos por dentro, respondió, ella confusa volvió a sonreír, mientras él le contaba la razón por la cuál estaba allí y con la excusa de hacer la conversación un poco más cómoda preguntó su nombre, se llamaba Francy.

Pasaba sus días y sus noches pensando en sus labios rojo carmesí, estos que moldeaban el mundo a su antojo e inspiraban sus letras aunque él ya hubiese dejado de escribir, pero solo cuando la soledad le acosaba, aparecía su necesidad de verla. No tengas miedo, aún no me estoy enamorando,le dijo la última vez que la vio, aunque supiera que era lo que ambos querían.

¿Quién es él?- preguntó una voz gruesa y algo débil- Al parecer solo le queda un recuerdo, el día en que mató a su esposa, se sienta cada miércoles en aquel pabellón a hablar con Francy, Y ¿Quién es ella? No veo a nadie más.-Quizá un producto de la soledad y su falta de cordura.

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